Últimamente, en el Barrio de Lacoma, se prodiga la quema de contenedores de papel. Creo que de los que están cerca de mi casa no queda ninguno de los originales porque alguien se dedica a quemarlos arrojando en su interior algún líquido inflamable o una cerilla, vaya usted a saber.
El pasado día 30 de diciembre presenciamos la última hoguera de San Juan por Navidad. Mi hijo pequeño se lo pasó muy bien porque allí acudieron policía municipal, nacional y un camión de bomberos azul, pintado de tal guisa con el objeto de protestar ante la falta de medios que padece el noble cuerpo.
Un derroche de medios para cubrir una urgencia que en algunos casos se salda con daños a los coches que aparcan junto a estos contenedores. Allí estaban dos muchachitos exhibiendo mecheros y sonrisas. El policía nos pide que nos apartemos por seguridad, pero a uno de los niñatos no se le ocurre otra cosa que ponerse cerca del contenedor arrimando las manos para calentarse un poco. El policía le llama la atención y no pasa nada, claro, es una chiquillada, pero podía haberle sancionado de alguna forma por desacato a la autoridad y por su actitud temeraria, por no hablar de la chulería y falta de educación.
El tío de la vara le hubiera venido mejor para templar al joven adolescente más que el calor que salía del contenedor, pero no vino ni siquiera para castigar al vándalo causante del suceso.
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