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viernes, 15 de julio de 2011

Nuestra Señora del Carmen

Queridos amigos:
Hoy es el último día de mi vida como fumador. Han sido más de 24 años dándole a la nicotina y creo que ha llegado el momento de comenzar una nueva vida.
Este maldito hábito se ha convertido en una obligación en la que caigo una y otra vez sin tener motivos, como el hecho de estar nervioso y todas esas tonterías que decimos los fumadores. Muchas veces se fuma porque no se tiene nada mejor que hacer y otras, porque lo hice el día anterior a la misma hora después del café.
Así que ahora que me voy a Santa Pola, población alicantina cuya patrona es la Virgen del Carmen, me encomiendo a ella con la esperanza de que me guíe por esta senda de racionalidad y sentido común. Mañana es la onomástica de las cármenes de España, que mi abuela materna también lo era, Carmen, poema en latín, qué bonito, ¿no? Pues eso, que un 16 de julio recibí la notica de que iba a ser padre por primera vez, que yo sepa, y creo estar en lo cierto, que era mi primer hijo, y creo que tantos acontecimientos relacionados con esta fecha merecen la ocasión. Además es el segundo año que comienzo las vacaciones en este día...
En fin, quería haceros partícipes del gozo infinito que siento por ser capaz de dejar de fumar media cajetilla diaria, pero no descarto volver a probarlo esporádicamente, sin que por ello vuelva a convertirse en un hábito.
A partir de ahora, si veis que no sé que hacer con las manos, si me como las uñas, o los palillos o notáis algún cambio en esa forma de ser que me caracteriza y que tanto valoráis, si me encontráis "huraño sin motivo", sabed que podéis seguir contanto conmigo.
¡Hala! que me voy a fumar el último, aunque pasen ya cuarenta y cinco minutos de las doce de la medianoche.
¡Virgencita, virgencita! Yo imploro tu ayuda en este trance! Pero si cometo mayor número de actos impuros a partir de ahora, espero contar con tu comprensión. AMEN.

lunes, 11 de julio de 2011

Effi Briest y el deshonor.

La Literatura Realista europea, empeñada en criticar a la clase social que la vio nacer, tan fotográfica, tan descriptiva, tan empírica y tan moralista, recurrió a la mujer como uno de los elementos fundamentales para lograr sus objetivos más allá de lo literario y, de hecho, podemos afirmar que por sí misma se constituyó en objeto de análisis, de modo que protagonizó títulos como Madame Bovary, La Regenta o Ana Karenina, entre otros.
Como denominador común, ya sea en el contexto burgués, altoburgués o aristocrático, subyace la crítica a la hipocresía de una sociedad conservadora que no tolera comportamientos al margen de la moral dominante, como por ejemplo, la infidelidad conyugal.
En esta línea se sitúa la obra maestra del realismo alemán, Effi Briest,(1893) de Theodor Fontane (1819-1898).
Effi se casa con Geert von Instetten quien le dobla la edad y es un desconocido para ella. Como esposa de un alto funcionario de la administración, le sigue en sus traslados, tiene una hija y vive cómodamente sin demasiados alicientes hasta que conoce al comandante Von Crampas. La relación se intuye, pero no se explicita hasta que años después su marido descubre las cartas que se escribían y las citas que mantenían a escondidas. A pesar de que la relación había concluido al trasladarse la pareja a Berlín, Instetten decide zanjar la cuestión a través de un duelo como consecuencia del cual muere Crampas.
El conflicto, resuelto en frío, con la misma frialdad con que el narrador nos va describiendo la sociedad prusiana, presenta el dilema moral con igual objetividad, sin hacer juicios de valor.
Instetten reflexiona: "Quiero a mi mujer por extraño que parezca y me siento inclinado a perdonarla". Entonces, por qué no lo hace si han pasado siete años y tan sólo él es conocedor de la relación, ya acabada, que mantuvieron Effie y Crampas. Porque, según sus propias palabras, "en la vida social se han establecido unas leyes de convivencia (...) y nos hemos acostumbrado a juzgarlo todo en virtud de esas normas, a juzgar a los demás y a nosotros mismos".
Instetten siente el peso de la moral en la que cree y no va a permitir pasar por alto una cuestión de deshonor en la que él mismo es víctima, juez y verdugo.
Al transmitir a Wüllersdorf su deseo de batirse en duelo y su petición de que sea su padrino, ya ha hecho pública la ofensa y hace una interesante reflexión que hoy en día podría parecer exagerada sin que por ello sea menos razonable:
>>>"Pero el secreto ya no existe. Y aunque fuera la discreción personificada y pudiera guardarlo ante los demás, usted ya lo sabe, y el que me haya dado la razón y me haya dicho que lo entiende, no me protege contra usted. Desde este mismo momento, y ya no hay vuelta atrás, sería objeto de su compasión, algo que no es nada agradable, y cada palabra que me oyera intercambiar con mi mujer estaría sujeta a crítica. No podría evitarlo, y cuando mi esposa hablara de fidelidad o se dedicara a juzgar a otras, como acostumbran hacer las mujeres, usted no sabría dónde mirar. Y si al abordar uno de tantos casos de ultraje u ofensa del honor, yo adoptara una actitud benevolente "porque no ha habido voluntad de dolo" o por algo parecido, la sombra de una sonrisa cruzaría su rostro, o cuando menos sus labios se contraerían de forma involuntaria, y pensaría para sus adentros: "El bueno de Instetten tiene una verdadera pasión por examinar todos los componentes químicos de los ultrajes y nunca encuentra una cantidad de ofensa que resulte suficientemente dañina, porque a él nunca le daña nada...", ¿Tengo o no razón, Wüllersdorf?".
Lejos hoy en día de considerar la venganza como una vía expiatoria, Instetten, a quien le pesa haber tomado esa decisión que cree adecuada, por otra parte, reflexiona en estos términos:
>>"Debería haber quemado las cartas, y el mundo nunca se hubiera enterado de nada. Y cuando ella hubiese llegado, sin sospechar lo que había pasado, tendría que haberle dicho: "Este es tu lugar", y a nivel íntimo me habría separado de ella. Pero no ante el mundo. Hay tantas vidas que no son vidas reales, hay tantos matrimonios que no son matrimonios reales... Se habría acabado para mí la felicidad, pero ahora no viviría acosado por esa mirada interrogante y esa afable, silenciosa acusación".
Instetten dio categoría de público a lo privado y una vez que toda la maquinaria se ha puesto en marcha, la sociedad debe actuar como se espera de ella. Hasta los padres de Effi reniegan de su hija, hasta su propia hija ha aprendido a no quererla.
Effi sabe que se ha equivocado, pero sabe muy bien en qué mundo vive:
>>"Me repugna pensar en lo que hice, pero más me repugna aún toda vuestra virtud".
Así que, yo me pregunto si la infidelidad es justificable, hasta qué punto uno puede controlar las situaciones que conducen a la infidelidad, si uno puede o debe retroceder y controlarse, si deben tomarse estos bretes como un signo del fin del matrimonio o si son el motivo que debe conducir a un cambio interno en la pareja, por supuesto siempre que se comunique, como paso previo a la separación definitiva en caso de que la relación no se reconduzca.
Quizá tampoco se piensa hoy en día en cómo queda nuestra imagen cuando confesamos este y otro tipo de situaciones íntimas en las que nos vemos envueltos. Quizá no se hace porque vemos en nuestro confidente a un alter ego que nos va a ayudar a reflexionar en voz alta. Sin duda lo hará y sin duda será así, pero nunca sabremos del todo qué se guarda para sí de la opinión que le merecen nuestros actos porque el código de comportamiento aconseja mostrar ante todo comprensión, nunca crítica.
Y es que siempre habrá ocasión de ser políticamente correctos. Porque la moral es la costumbre, un hábito desdeñable y carente de toda virtud.