Estuvieron durante casi una hora haciendo el amor, cubriéndose de caricias y besos, alimentando el deseo con cada respiración, estremeciéndose entre jadeos y susurros vertidos sobre la piel.
Tras unos instantes en los que permaneció desplomado sobre Julia, Carlos se echó a un lado de la cama mientras ella miraba hacia la ventana con la misma vaga intención con la que extendía las manos hasta su pelo y enredaba sus dedos en él, trazando círculos de banal complicidad.
Ninguno de los dos dijo nada; y en medio del silencio, después de todo, comprendió lo poco que le importaba la mujer que yacía a su costado.
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