El día acaba de vuelta al apartamento después del último cigarrillo en la terraza con el que intento tomar un poco de conciencia de mí mismo.
Tras pasar al comedor, vuelve a repetirse la escena de la noche anterior tendido en el colchón supletorio de un sofá cama que reposa sobre unas lamas quebradizas. Qué vacío e inútil me siento al cabo de una jornada soleada de paseos en medio de una multitud decadente.
Me visto el pijama y me acomodo entre las sábanas bajo una manta envejecida, doblo la almohada y apoyo la cabeza sobre ella para leer un libro, pero apenas puedo descifrar su contenido a pesar de que lo subrayo con la intención de retener alguna idea. La televisión emite su paranoia nocturna, y tú descansas desde hace rato sobre el sofá, como los niños en su cuarto, con los ojos cerrados y el semblante agotado.
Poco a poco, abandono la lectura, apago la televisión y lentamente, sin apenas darme cuenta, comienzo a soñar un lecho de caricias sobre mi cuerpo.
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