El día de la Hispanidad de 2012 pasará a la historia por su singularidad debido a un conjunto de factores que a cualquier foráneo le resultarían difíciles de entender.
Para empezar, algunos exhiben banderas preconstitucionales, un eufemismo para referirse a las enseñas franquistas; otros, los republicanos, no se dejan ver porque ellos no tienen nada que celebrar. Se conforman, o se conformaban, al menos hasta hoy, con aparecer en otro tipo de manifestaciones, quizá más reivindicativas.
En segundo lugar, por seguir un orden, algunos ayuntamientos de Cataluña y creo que algunos del País Vasco, han decidido que, como la hispanidad no va con ellos (no sé qué tipo de postjuicio tendrán al respecto), abren sus puertas igual que en el resto de España no se celebra la Diada de Cataluña.
En tercer lugar, otros sectores sociales han convocado manifestaciones paralelas para expresar no sólo que no tienen nada que celebrar sino también para denunciar las masacres y las injusticias ejercidas sobre los pueblos indígenas de América.
Por último, este año, el desfile ha sufrido un recorte lógico y ha quedado deslucido al no contar con la presencia de los carros de combate, aviones y otros efectivos.
Al menos, no ha habido abucheos, como en los últimos años; por otra parte, parece que el rey ha reprobado al ministro Wert y al gobierno por sus declaraciones en torno a la educación en Cataluña. Aquéllos que utilizan al rey para quemar su imagen o para disparar sobre ella tienen hoy la oportunidad de manifestarse a favor de la intervención del monarca en cuestiones políticas dentro del exiguo margen que se le asigna a la Casa Real.
Otros nos hemos quedado en casa. No por nada; de pequeño y de mayor me gustaba ver el desfile y hoy en día, con motivo de nuestra parcial reconciliación con la bandera tras los éxitos de los ejércitos balompédicos, exhibo la bandera en el balcón de mi casa cuando el calendario lo marca.
Existen todavía demasiados prejuicios contra los símbolos de España, un mal que arrastramos desde el final del franquismo. Desde luego, resulta evidente que no hemos sabido manejar esta cuestión de manera que a nadie le hiera que otro manifieste su españolidad siendo español. España se ha desdibujado en favor de las autonomías y no se ha empleado en educar el espíritu nacional en función de los nuevos tiempos, mientras que algunas autonomías lo han hecho a través de los medios públicos, encargados de adiestrar al pueblo y encaramarlo en la cumbre de su singularidad. Se ha creado un abismo de desconfianza y odio entre autonomías y el gobierno de la nación.
Mientras sigamos sin atar bien el estado y sin educar a los ciudadanos en el funcionamiento y manejo de las instituciones, haremos un flaco favor a la consolidación de España como uno de los estados más antiguos de Europa.
De Hispanoamérica hoy no toca hablar. No ha llegado aún el gobierno que se decida a estrechar los vínculos y a cooperar activamente. Las cumbres anuales sirven de poco mientras no se intente generar una entidad similar a la Commonwealth.
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