Henchidas de horizontes, tu dicha y mi fortuna discurren paralelas en medio de este bosque. Se remansan, al fin tras perseguir certezas entre las vaguedades del tiempo, se fatigan en una encrucijada de ilusiones y ausencias.
brota de tu pecho colmado de templanza y tu imagen sedente se perfilaba al borde del estanque. Tu voz me invitaba a cantarlo, a acompañar su acorde ornado de miradas henchidas de horizontes.
Completamente solos, sin que nadie repare en nuestra soledad, la oscuridad se cierne sobre nosotros. Hablo, pero me falta aliento y sé que tú me hablas aunque tu voz se ahogue sumergida en las aguas dormidas del estanque.
Sediento de dulzura, sucumbo en tu regazo a las caricias tímidas de tus etéreas manos, templadas por un viento voraz de mediodías. Luego, se desvanece tu piel de plata y bronce sobre la imperceptible quietud de las tinieblas.
Tres. Tres. Ataviada de besos tenues como la luna, generosa y amiga, bañada por el agua que corre entre las frondas con su frágil murmullo incesante y secreto, tus brazos se entrelazan sobre mi blando cuello sediento de dulzura.
Intangible e incorpórea, detenida en el tiempo como una ensoñación, suspendida en el aire, envuelves la mañana de ardor e incertidumbre, se encarnan en las sombras las gráciles palabras que surgen de tu boca ataviada de besos.
Sobre las verdes hojas del bosque vas dejando un reguero de aromas, sutilezas, mensajes de ternura infinita, señales de tu vida que interpretan mis ojos mientras hago camino prendido de tu mano intangible, incorpórea.