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lunes, 23 de diciembre de 2013

Ardena en la Plaza de la Ciudad Vieja de Praga.

I

Sentado a la sobria mesa de la terraza
de un bar, ante un café
con hielo y un cigarro,
la tibia claridad del recuerdo
me sorprende, me asalta,
despierta tu sonrisa enigmática.

Vuelven a mi memoria los detalles
del primer encuentro
una tarde de julio como esta,
ante los modernistas esgrafiados
de la imperecedera
Plaza de la Ciudad Vieja de Praga.

Con atención los contemplabas
aunque pronto emprendiste el vuelo,
tan incauta, hasta el balcón
de piedra fosca del Ministerio de Comercio,
disuelta entre el clamor,
la indolencia y la fatiga de cientos
de turistas. Como en los cuentos,
yo quise ser tu príncipe 
y atender tu reclamo
y subir por la escala
a sofocar tu grito de socorro.
para llevarte en volandas
hasta el umbral del Kinsky.

Prendido en tu silencio,
tentado por el bálsamo rosado
de tus ojos de estuco,
dirigí mis intenciones
tras la senda vibrante de tus pasos.
Tornaste la mirada,
cordial y sincera,
acomodada en el delirio versallesco
de alguna ensoñación

aristocrática y frívola
y,entonces,
de entre los laberintos que trazaba
la multitud confusa se fraguó
la conjura husista.
Huimos entre el tumulto
cuando entraron en acción
los servicios secretos
de su Invictísima y Católica Majestad,
sin mirar atrás,
sin soltarnos de la mano,
y por San Wenceslao bendito
y por Jan Hus sacrificado
pedimos un milagro
por el que nos inmortalizamos
en los sagrados frescos
que adornaban su santa imagen.

¿Lo recuerdas, Ardena? 
Tú tomaste alguna foto.

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